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Opinión de Pedro Reina
2012-11-17 ★ Cifuentes nos agrede

El 14 de noviembre de 2012 se convocó en España una huelga general de veinticuatro horas y por la tarde manifestaciones en muchas ciudades europeas. Participamos en la de Madrid varios amigos, que decidimos ir juntos. Nos fuimos encontrando por el itinerario de la manifestación, desde la plaza de Atocha, y nos detuvimos en la plaza de Cibeles. El trayecto estaba lleno de gente y desde Cibeles vimos hacia las nueve de la noche que el tramo que nos faltaba para terminar en la plaza de Colón también presentaba una gran afluencia de manifestantes, así como cualquier otra calle que desembocara en Cibeles. Dado que a esa hora ya se había dado por concluida la manifestación, el movimiento de todas las personas que veíamos era como el movimiento browniano en un fluido: cada grupo de gente parecía ir en una dirección distinta. Decidimos volver a nuestras casas, mayoritariamente situadas en el sur de Madrid.

Comenzamos a bajar por el Paseo del Prado, desde Cibeles hacia Atocha, por la parte izquierda del paseo. Como la circulación de vehículos aún no se había reeestablecido, ya que toda la zona seguía llena de manifestantes, andábamos despreocupadamente tanto por la acera como por la calzada, charlando entre nosotros.

Al pasar por la plaza de Neptuno pudimos ver a la derecha la gran cantidad de personas que ya se acumulaban para adherirse a la convocatoria de la Plataforma 25-S para ese día cerca del Congreso. Nosotros volvíamos a casa, así que estaba tácitamente acordado entre nosotros de antemano que no nos íbamos a unir a esa convocatoria; ni siquiera comentamos esa posibilidad. Así que atravesamos la plaza de Neptuno por el lado que ya ocupábamos, el izquierdo según se baja hacia Atocha, el lado más alejado del Congreso.

Por el tramo del Paseo del Prado que va desde la plaza de Neptuno hasta la plaza de Atocha aún circulaba una gran cantidad de gente en el mismo sentido que nosotros. Todos íbamos tranquilamente e incluso disfrutamos con la música de una batucada que en esos momentos aún subía por el paseo.

Comenzamos a oír detonaciones que provenían de la Plaza de Neptuno, al principio espaciadas, luego más frecuentes. Nos parecieron debidas al disparo de pelotas de goma, cosa que luego pudimos confirmar al ver en televisión la crónica de lo sucedido en la plaza y contrastarlo con nuestro recorrido: la policía estaba cargando en ese momento contra algunas de las personas que seguían la convocatoria del 25-S; parece ser que se estaban ejerciendo algún tipo de violencia contra efectivos policiales.

Seguimos andando por el paseo, ya cada vez más cerca de la plaza de Atocha, cuando empezamos a oír disparos de pelotas de goma cada vez más cercanos; algunas personas corrían por el lado derecho del paseo. La situación se fue haciendo más tensa por momentos: cada vez más disparos y más carreras. En nuestras mentes, los recientes sucesos en Madrid: brutalidad policial incontrolada en la Estación de Cercanías de Atocha y muertes de cuatro jóvenes por aplastamiento en el pabellón Madrid Arena. El miedo se empezó a hacer notar y mucha gente se puso a correr mientras algunos gritábamos pidiendo tranquilidad. Empezó a oler mucho a pólvora quemada, miré hacia la parte derecha del paseo y vi claramente tres furgonetas de las Unidades de Intervención Policial (las UIP, los antidisturbios) avanzando a buen paso hacia Atocha. A los lados de las furgonetas, varios policías disparaban pelotas de goma con los rifles en horizontal. Alrededor de ellos había bastante humo, pero la escena era claramente distinguible: se veía que no disparaban contra nadie en concreto, sino a todos en general. Mi grupo de amigos se dispersó, cada uno buscó refugio o huida por donde pudo. Yo atravesé la plaza, buscando la acera derecha, ya pasada la calle Atocha y pude ver que las furgonetas se detuvieron justo al final del Paseo del Prado. Un ciclista que se encontró fortuitamente de frente con el avance policial cayó al suelo, probablemente de la impresión de lo que vio. El miedo y la indignación de todos los viandantes se mezclaban a partes iguales. Muchos, sencillamente, no nos lo podíamos creer: estábamos siendo atacados por las fuerzas policiales cuando volvíamos de una manifestación convocada por cientos de asociaciones, entre las que se encuentran los sindicatos más importantes del país.

Pasado el momento de máxima intensidad, empezamos a reunirnos los amigos e interesarnos por nuestro estado; tuvimos que llamar por teléfono a los que no pudimos encontrar: varios habían huido por detrás de la estación de cercanías y uno de ellos había sido alcanzado por una pelota de goma. Tardaríamos unos minutos en encontrarnos todos juntos otra vez y pudimos comprobar que el alcance había sido leve, ya que la pelota le llegó con poca fuerza y a la zona lumbar. Sin embargo, peor que el pelotazo era la situación moral; decía nuestro amigo que jamás hubiera pensado que alguna vez en su vida se vería obligado a correr delante de la policía de su propio país.

Al llegar a casa pudimos comprobar que esa misma noche, en ese mismo punto, hubo disturbios violentos y la policía volvió a intervenir, pero los sucesos que he relatado son anteriores y no tienen ninguna relación. No he visto reflejado en ningún medio esta actuación policial, sin duda mucho menos espectacular que otras que tomaron el protagonismo de aquella noche, pero precisamente por eso he decidido relatarla. Muchas actuaciones pasan desapercibidas porque no pasa nada grave, pero conocerlas es un buen medio para medir las intenciones de los políticos que las dirigen.

Recapacitando con frialdad vemos que alguien decidió que para repeler las agresiones de unas cuantas personas en la plaza de Neptuno había que mandar calle abajo a al menos tres furgonetas policiales disparando pelotas de goma indiscriminadamente. La agresión a los agentes se produjo en las coordenadas 40.41505573N 3.69431227O y la agresión a nuestro grupo de amigos fue en 40.40949269N 3.69241326O, a 650 metros de distancia. Está claro que la agresión se tomó como mera excusa de la actuación, a todas luces desproporcionada. Por tanto, la decisión de barrer a pelotazos a los participantes en la manifestación legal se tomó con premeditación.

Hay una persona que es la máxima responsable de estas decisiones: Cristina Cifuentes, delegada del gobierno en Madrid. Es a ella a la que culpo de la agresión que sufrimos varios cientos de personas, incluidos mis amigos, familiares y yo mismo. Es ella la que ataca a personas que vuelven tranquilamente a casa tras ejercer pacíficamente su derecho a manifestarse. Sin entrar en una absurda guerra de cifras, es obvio que para que las más de doscientas mil personas que nos concentramos en la zona pudiéramos regresar a nuestros hogares necesitábamos un tiempo prudencial, tanta gente no puede desaparecer ipso facto. La decisión de achucharlas y disparar sobre ellas es cruel, muestra una total falta de ética y seguramente es ilegal.

Me he manifestado muchas veces, bajo distintos partidos políticos en el poder, y me fijo en el comportamiento de los mandos de la UIP: siguen las directrices que reciben por sus medios de comunicación internos; por tanto, el comienzo de sus actuaciones no lo deciden ellos, sino Cristina Cifuentes.

Esta reflexión no estaría completa si no atendiéramos también a las personas que están en la cadena de mando por encima y por debajo de Cristina Cifuentes.

Por encima tenemos al ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y en definitiva al Partido Popular. La estrategia de estos es clara: presionar a la ciudadanía para que no proteste; en este sentido, esta última agresión de Cristina Cifuentes no es más que un eslabón más de la cadena de despropósitos que está pergeñando su partido.

Y por debajo están los ejecutores materiales de las órdenes de Cristina Cifuentes, las Unidades de Intervención Policial, compuestas por funcionarios cuyo trabajo es defender a la ciudadanía. Es patente que la falta de profesionalidad de algunos de sus componentes no puede empañar la buena labor que desarrolla la inmensa mayoría de los agentes de la policía española; pero también es triste comprobar cómo el corporativismo que se da en casi todas las profesiones lleva también a ocultar o justificar algunos excesos de las UIP.

Pedir la dimisión de Cristina Cifuentes es poco. Más grave es saber que sus actuaciones violentas fomentan en la sociedad española un odio que unido a las dificultades materiales de gran parte de la población podrían conducir a incidentes realmente violentos contra las personas que originan tanto dolor. Quien siembra vientos recoge tempestades. Sinceramente, espero y deseo que recapacite, que pida perdón y abandone para siempre la política.

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