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Peripecias

Podríamos decir que el libro nació tiempo ha, cuando comencé a redactar apuntes para los cursillos de introducción a la informática de los que vivía en aquel entonces. Al menos fue ahí cuando empecé a pensar en la conveniencia de tener un texto en el que se pudieran encontrar todas aquellas cosas que me parecían importantes sobre el tema... y que no había encontrado en los manuales "normales". Pero la cosa no pasó a mayores y lo que redacté fueron tan sólo guiones para los cursillos que estaba impartiendo en ese momento. Si hemos de ir poniendo fechas, tal vez estuviéramos entre 1987 y 1990. No merece la pena ser demasiado precisos. Por ahí debe ir.

Unos pocos años más tarde, y tras abandonar la enseñanza regular de la informática, me vi más o menos en la obligación de dar otro cursillo. El tema a tratar, aún debiendo situarse de forma general dentro de lo que podríamos llamar "introducción" o "informática para novatos", era más o menos libre. ¿Porqué no hablar ante todo de esas cosas que no deben hacerse cuando uno empieza con estos chismes y que tantos dolores de cabeza dan a todo el mundo?. Así lo hice. La cosa, en principio, coló. Y de nuevo me vi obligado a redactar un guión para el dichoso cursillo. Empecé a trabajar en un esquema de texto que, por ponernos en situación, venía a ser una versión muy reducida y mucho más elemental de lo que encontrarás en el capítulo 9 de "Léeme.ya". Cuando faltaba un mes para que terminara el plazo en que debía tener listo el texto, me dijeron que el cursillo no se iba a dar. Y eso me dejó con un esquema general que me parecía correcto, un montón de material ya recogido para desarrollarlo, y una redacción en curso que, buscando los aspectos positivos de la cuestión, ya no tenía necesidad de terminar en un plazo corto de tiempo. O sea que me dije aquello de "¿Porqué no aprovechar la oportunidad para completarlo de la mejor forma en que sea capaz?. Así ya tendré el material listo para la próxima ocasión. O, en el mejor de los casos, tal vez pueda hacer un texto completo para que la gente se lo lea, se entere, y me deje en paz en lo posible". Me lancé a la piscina. Digamos que andamos a finales de 1992.

Cuando uno da un cursillo, puede cubrir los huecos que deja el texto mediante explicaciones adicionales o contestando a las preguntas que necesariamente van saliendo sobre la marcha. Pero si había que hacer algo que todo el mundo pudiera leer sin perderse, comenzar por lo que ahora es el capítulo 9 ya no tenía mucho sentido. Había que empezar de verdad por el principio e ir quemando etapas poco a poco. Y repetir las cosas unas cuantas veces. Y puesto que yo no iba a estar para contar algunas historietas de esas que se emplean para que la cosa no se haga demasiado pesada, no estaría de más intentar que la gente las encontrara directamente en el texto. "Bueno", pensaba, "aún así no tengo tanto que contar. No creo que hagan falta doscientas páginas, o sea que en cosa de un mes puedo tenerlo todo listo...". Cambié el esquema de partida. En lugar del de un cursillo que ya no se iba a dar, intenté hacer el de un libro que pudiera leer gente sin idea alguna de lo que son los ordenadores y que albergara la sana intención de, al acabarlo, dejar de decir que todo este asunto le sonaba a chino. Y empecé a escribir.

Me metí con el primer capítulo... luego con el segundo... el tercero... y cosa de medio año después empezó a estar claro que me había equivocado miserablemente en la estimación de páginas y tiempo. Ni era un mes ni eran doscientas páginas. Pero como ya estaba metido en harina, no tenía prisa por terminar, y además me lo estaba pasando bastante bien escribiendo totalmente por libre ¿porqué no terminarlo como a mí mejor me pareciera?. Al fin y al cabo no me disgustaba como iba quedando y aún tenía que meterme con asuntos interesantes de verdad.

Tres o cuatro años después, había acabado "Léeme.ya", título incluido. Ya era octubre de 1996 (esta fecha es fácil, está en la página con los datos del libro, o sea que no he tenido que buscar mucho). Imprimí un par de copias en A4 y se lo dejé a algunos amigos para que me dijeran qué les parecía. Después de eso, me siguieron saludando, o sea que quizá la cosa no estuviera mal de todo. "Bueno", pensé de nuevo, "¿y ahora qué?. Porque no voy a dar un cursillo pasado mañana... tal vez debiera intentar publicarlo".

Lo empecé a enviar a editoriales. A todas las que conocía relacionadas con la informática, que son unas cuantas, y a algunas más. Gracias a amigos que lo habían leído y me dieron referencias, hasta lo presenté a algún editor adicional. El resultado fue un tanto monótono. Normalmente lo devolvían en breve plazo con una carta más o menos educada que, en resumen, venía a decir que no, que no les interesaba. Pero también hubo editorial que simplemente lo perdió y alguna que llegó a conversar conmigo por teléfono, tal vez porque le parecía ligeramente interesante. Las dos más divertidas fueron aquella que me dijo que no tenía presupuesto para editarlo (me hizo mucha gracia, de verdad), y la otra que sí, que lo editaba... siempre que yo pagara la publicación, por cierto a cosa del doble de lo que valía.

Llevándolo de un sitio a otro pasó casi un año. Al final, John Pigeon Publisher pareció la alternativa más válida. Con él podía publicar siempre que no me gastara un duro más de lo estrictamente necesario. Eso sí, tenía la ventaja de que podía seguir haciendo con el libro ni más ni menos que lo me viniera en gana. Como había sido hasta el momento. La cosa, cuando menos, resultaba coherente.

Para lo primero que no había pasta era para que alguien cogiera los ficheros de Wordperfect 5.2 en que se encontraba el libro en ese momento y lo maquetara, le añadiera las tapas, y lo dejara listo para imprimir. Y eso planteó el primer problema un poquito serio, informáticamente hablando, pues se supone que lo debía hacer yo. Allá para agosto de 1997 empecé a meterme con Corel Ventura v5, el único programa de maquetación de que disponía. Por suerte, algunas semanas antes me llegó una actualización que me permitía ejecutarlo en mi Windows 3.1. Y como leía los ficheros de Wordperfect, la cosa parecía factible.

Pero no todos los ficheros se leían bien. En cuanto llegué a capítulos un poco extensos, Ventura se empezó a colgar de forma fulminante. Y a colgar todo el sistema, ya de paso. O sea que intentaba meter el capítulo 7, por ejemplo, en Ventura, y todo lo que sacaba era un ordenador absolutamente colgado que debía reiniciar. Algún código del dichoso fichero no le gustaba, estaba claro. Para localizar el código culpable debía trocear los ficheros, leer las partes, ver cuales lo colgaban y cuales no, e ir repitiendo el proceso hasta llegar a identificar la línea o líneas culpables. Teniendo que rearrancar cada vez, la cosa resultaba un tanto impracticable.

Por suerte de nuevo, también unas pocas semanas antes me había hecho con un emulador de Windows 3.11 bastante decente para Linux, una cosa que se llamaba Wabi, fabricada originalmente por Sun, vendida en aquel entonces por Caldera (Sun lo retiró del mercado no mucho después, por cierto, o sea que ya no se puede comprar), capaz de ejecutar los programas de Windows 16 bits y en el cual Ventura daba la casualidad de que corría con bastante decencia. Intentar leer uno de esos capítulos problemáticos en tan complicado sistema seguía colgando Ventura... pero el resto de Linux ni se inmutaba y podía seguir troceando sin tener que rearrancar. Este fue el primero de los servicios importantes que Linux me prestó en la preparación del libro. Hay más, como veremos.

Con la ayuda de Linux y Wabi fui finalmente capaz de depurar e importar los ficheros de Wordperfect y dar formato al libro para dejarlo tal cual lo encontrarás aquí. Mi editorial tragó con el diseño y no mucho después la cosa estuvo en papel. ¿Fecha?. Diciembre de 1997. Esta también es fácil, por los mismos motivos que antes. Ventura me jugó algunas barrabasadas más, entre las cuales debe destacarse su desprecio por las normas de separación de palabras en castellano y su tendencia a corromper la memoria de Windows y sacarse de la manga trozos con tipos de letra y contenidos aberrantes. Lo menos malo de este último defecto consiste en la duplicación de párrafos de vez en cuando. Encontrarás alguno en el texto. No muchos. Los que quedan se me pasaron en la última revisión.

Se empezó a distribuir de manera un tanto artesanal pero al final, cosa de un año después, había llegado, con bastante discreción eso sí, a bastantes ciudades de España. La acogida del público no estuvo mal. Pero tampoco fue para tirar cohetes. Normalmente, gustó a todo aquel que lo leyó. Incluso recibí algunas cartas de lectores desconocidos que no sólo no pedían que les devolviera el dinero sino que  hasta hacían comentarios elogiosos. Quizá, pues, no me hubiera equivocado tanto en lo de que el libro podía merecer la pena.

Pero su distribución eficaz, hacer que llegara a más gente, era un asunto no del todo resuelto. Tal vez ponerlo en Internet ayudara. Sin embargo, el presupuesto para hacerlo seguía siendo escaso. Mejor dicho, nulo. Hacia finales de 1998 no disponía de un espacio gratuito en un servidor WEB para poder alojar mis páginas. Hubo que esperar un poco más, pero ahora mismo ya es fácil disponer de 5 o 10 megabytes para montar una página WEB. O sea que aquí estamos...

Los problemas informáticos, sin embargo, habían vuelto a aparecer desde que empecé a estudiar lo de ponerlo en Internet. Creía, y sigo creyendo por diversos motivos, que lo más adecuado era pasar los capítulos a formato PDF. Para hacerlo, disponía de dos métodos. Comprar el Adobe Acrobat Distiller, o usar alguna herramienta de dominio público que lo hiciera. La primera opción, dada la falta de presupuesto, no era viable. La segunda era teóricamente posible ya que de nuevo había un programita en Linux que lo permitía. Ghostscript, a partir de la versión 5, creaba ficheros PDF. Lo probé, allá para mediados de 1999. Y el resultado era horrendo. Si se empleaba cualquier tipo de letra que no fuera uno de los pocos soportados, se generaba un PDF que consistía en una imagen bitmap de cada una de las páginas que formaban el documento. No me apetecía nada cambiar los tipos con que está montado "Léeme.ya" y el resultado neto eran unos PDF enormes y, lo que es peor, con una calidad de visualización muy pobre.

No me importó demasiado porque entonces tampoco tenía sitio para mi todavía hipotética página WEB.  Pero a mediados del 2000, hace como quien dice cuatro días, ya lo tuve. ¿Y ahora qué?. Le estuve dando vueltas una temporada a lo de comprar el dichoso Acrobat Distiller... pero allá para julio o agosto salió la versión 6.0 de Ghostscript. Prefería usar herramientas de dominio público para crear el material, decían que habían mejorado lo de la creación de ficheros PDF... y Ghostscript en general es uno de esos programas por los que he desarrollado cierto cariño, o sea que tenía que probarlo. Las primeras pruebas no fueron muy alagüeñas. Pero, ciertamente, la cosa había mejorado bastante. Tal vez el problema estuviera otra vez en los datos de partida, en los ficheros Postscript que había que convertir. Probé con otros drivers (es fácil crear un Postscript sin más que imprimir en fichero a través de un driver para una impresora de ese tipo). Y la cosa mejoró lo suficiente como para resultar alentadora.

Sin embargo, mis PDF eran buenos solo a medias. El texto principal ya no era un bitmap, pero las notas al pie sí. Tuve que probar de manera sistemática todo driver de impresora Postscript a mi alcance. Y, por fin, encontré uno entre muchos que, a su máxima resolución, producía código Postscript capaz de generar ficheros PDF realmente presentables y no demasiado enormes. Pero sí que resultaban más bien gorditos, o sea que me ví en la necesidad de comprimirlos a su vez, para lo que elegí el formato ZIP, algo que casi cualquiera en casi cualquier sistema operativo puede manejar. Por supuesto, hube de volver a pelear con la tendencia de Ventura a introducir errores graves en el texto por propia iniciativa. Generar los PDF no fue tan fácil como pueda parecer, no.

Preparar el contenido de la página Web (esto) me llevó, como siempre, más de lo previsto. En general, lo he hecho con Netscape, pero he tenido que terminar retocando el código HTML con un editor de texto (en concreto "vi", desde Linux una vez más) para que todo funcionara como yo quería. Parece, como verás si lo lees, que mis aventuras informáticas siguen ajustándose bastante a lo que se cuenta en "Léeme.ya". No es que esperara otra cosa. Al fin y al cabo, es de eso de lo que trata, y si todo hubiera sido coser y cantar quizá debiera empezar a pensar que su contenido ya no se ajusta demasiado a la realidad. Pero desde luego, y probablemente durante bastantes años más, no es ese el caso.

En fin, que lo disfrutes.
 

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